Es enero de 2013, y voy animado a impartir mi primer día de clases. A la entrada del edificio, en una localización adecuada, me encuentro al bedel sentado en una de esas sillas altas, tras una mesa igualmente alta que facilita la firma del control de asistencia. En la pared trasera, un magnífico letrero identifica que dicho lugar está asignado a este importante empleado. Me sorprendo por la mejora y me alegro del detalle.

Como es costumbre en mí, saludo:

‒Buenas tardes.

Tras ese silencio que todos solemos detestar, insisto con mayor volumen:

‒Buenas tardes.

‒Buenas ‒me responde el bedel, con cara de pocos amigos, mirándome de arriba a abajo, un ‘escaneo’ que ni en el aeropuerto me han hecho.

Llevaba yo mi computadora portátil en una mochila colgada a la espalda, cual alumno de segundo año.

‒No me mire usted de arriba a abajo ‒le respondo inmediatamente.

‒No le miré así ‒responde intentando justificarse.

‒Señor, no vamos a entrar en discusiones estériles ‒insisto.

Una señora que le acompañaba desde antes de mi llegada ‘aclara’:

‒Es que usted parece un estudiante.

‒Señora, mejor no lo ayude ‒le dije.

Acto seguido, pedí firmar mi asistencia. Tras comprobarse que de verdad yo era profesor, todo cambió.

Moraleja para bedeles: «Antes de atender a alguien, mírele de arriba a abajo despectivamente, aplique los criterios de rigor que correspondan en cada caso, prejuicese en función del aspecto observado y, posteriormente, decida si la misma merece que usted le dedique su tiempo. La persona ‘escaneada’  le agradecerá el gesto y se sentirá más ‘digna’. Si todo esto no funciona, pida a gente cercana que le ayude a justificarse».

Moraleja para profesores: «Cuando vaya a impartir docencia, no lleve mochila ni otros ‘accesorios’ que le hagan parecer alumno».

Moraleja para alumnos: «Prepárese para ser atendido un ‘chin’ diferente».

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